Hace apenas un año publicábamos en este blog un artículo con motivo de nuestro cuarto cumpleaños. Hablábamos de “nuestro libro”: de nuestro crecimiento, del alma de nuestra empresa, de nuestra cultura humanista, de nuestra visión del futuro, de nuestro propósito, de nuestros valores…
Y hablábamos de madurez, de sueños cumplidos, de metas alcanzadas. Releyendo el post, a una le parece que la sensación que nos inspiró era la de haber llegado ya, de haber llegado a algún lugar, como a la cima de una montaña de la que ya no volveríamos a descender.
No hace falta hacer referencia aquí a lo que empezó a suceder unos pocos meses después. El mundo se volvió del revés. La montaña se puso boca abajo y nos dejó colgando de esa cima con caras de pasmadas, observando un abismo aún desconocido.
Que la vida eran ciclos, decíamos. Que cerrábamos un ciclo, decíamos, y que iniciábamos uno nuevo. Ni la más remota sospecha de cuán nuevo iba a ser.
Lo que hemos aprendido: Lecciones de la experiencia
Pero hemos aprendido. Ya lo creo que hemos aprendido.
Hemos aprendido que no importa cuáles sean tus planes que vendrá alguien o algo y te retará a que los cambies.
Hemos aprendido que podemos trabajar en casa, como muchos otros, sin mayor dificultad que la de adaptarnos al medio, organizarnos de modo diferente y activar herramientas nuevas.
Hemos aprendido que lo de la llamada transformación digital, aquéllas dos palabras que repetíamos cual mantra, iba muy, pero que muy en serio. Hemos podido observar cómo empresas que habían emprendido el trayecto con paso firme salvaban situaciones que para otras resultaban francamente complejas, casi impensables.
Hemos podido compartir otros momentos, otros placeres, con personas de nuestro entorno, forrados con equipos de protección individual. Separados y unidos por una pantalla.
Hemos preguntado, hemos escuchado, hemos tomado nota. Y hemos creado, desde cero. Hemos dado a luz a una nueva criatura que apenas se parece a la que creíamos haber consolidado hace un año, a la que habíamos otorgado, aleatoriamente, la mayoría de edad.
Ni rastro de autocomplacencia, hubo que volver a bajar al tajo y volar los cimientos para volverlos a construir sobre una base menos firme.
Pocas cosas han quedado intactas después del paso por la máquina de agitarlo todo. La esencia de un modelo en el que algún día nos volveremos a reconocer. La magia de un sueño que permanece oculta esperando aparecer y representar el truco final.
Hemos aprendido. Mucho, tanto. Todas y cada una de nosotras, con nuestras diferentes edades, aspiraciones y realidades. Este año hemos aprendido.
El resto, como se suele decir, será otra historia.